Brotes de Fernando Aravena

Brotes de Fernando Alfredo Aravena Torres en librería Popol Vuh de Viña del Mar a la venta …

Se encuentra disponible próximamente en las librerías Punto en el Blanco, Mar de Libros, Vinilo, entre otras de Valparaíso.

Estamos frente a un libro importante, que merece una atenta mirada. Se trata de textos que nos muestran nuestra propia historia como país, con sus héroes y canallas.

Hay crónicas de distintos tipos, cuentos breves y relatos y poesías. Todos los trabajos están unidos por la vida de sus personajes en la zona sur de Santiago, por la pobreza, la marginalidad y la discriminación, la vida de la mayoría de las familias chilenas. El abuso de poder de los ricos, la injusticia y la discriminación del poder político es parte de la vida, los trabajos y los amores de sus personajes que sufren en el anonimato la tragedia de la pobreza.

Comienza con una crónica del dieciocho de octubre de 2019, con el pueblo chileno en la calle exigiendo Dignidad para todos. Pero la crónica nos entrega el relato, con detalles, del actuar de sus vecinos, de la solidaridad, pero también de los saqueos: “Poblaciones que durante años vienen sufriendo la marginalidad de la sociedad, poblaciones en las cuales cayó toda la desigualdad y ahora, como lo manifestaban abiertamente, “estaba el chancho tirado” y había que aprovechar”. Me recordó una crónica de Alberto “Gato” Gamboa (La nación, 23/01/2008), en que relataba su amistad con “José Aravena, dueño y rey de la bohemia santiaguina por más de cuatro décadas”, donde dio cuenta del respeto y cariño que le tenía al “padrino”. El pueblo tiene sus códigos, con los que identifica claramente lo que forma parte del quehacer de los ricos y de aquello que identifica la vida cotidiana de los pobres.

Chile tiene tradición de cronistas, varios ganaron el Premio Nacional de literatura o el de periodismo, como el mismo “Gato” Gamboa. Desde que tenemos prensa en el siglo XIX hasta los ya famosos trabajos de Pedro Lemebel,  hemos conocido de buenos cronistas que han logrado gran prestigio; como José Victorino Lastarria, Augusto D’Halmar, Manuel Rojas, Joaquín Edward Bello, Jenaro Prieto, Luis Enrique Délano, José Donoso y muchos más. Cada género literario tiene sus rigores y la crónica da cuenta de algo de lo propio. Las hay de viajes, como las de Coloane (Crónicas sobre Alemania del Este y su Viaje a la India), históricas como las actuales de Jorge Baradit, las de situaciones personales, locales o más ampliamente políticas, pero todas ellas dan cuenta de aspectos de nuestra vida, en forma directa o de contrapunto, luces y sombras de nuestro pueblo, relevante para su presente.

Por cierto, los cronistas han publicado con variada fortuna y la mayoría no pudieron vivir de ese trabajo. La relevancia de la crónica está marcada por el desarrollo de la prensa y los medios de comunicación en general. Pero esta misma ha tenido una evolución desigual. Nuestros pueblos latinoamericanos, bajo la dominación aristocrática y terrateniente, fueron generalizadamente analfabetos y, en su gran mayoría, los medios de prensa estaban en sus manos. Unas pocas excepciones marcaron el siglo diecinueve. Su proceso de democratización, tanto de los lectores como de los medios, con la aparición de la primera prensa obrera, dio paso a relatos que ya no eran sólo para la autocomplacencia de la burguesía que leía su propia prensa, pues daban cuenta de hechos y personajes de alguna forma vinculados con su presente. Esto ha marcado la crónica, su escritura, sus héroes y sus canallas.

Sin desmerecer el valor literario de sus textos, los ha habido complacientes y rebeldes. En particular, desde los masivos movimientos sociales de la década del sesenta, el triunfo de la Unidad Popular el setenta, la lucha contra la dictadura y la recuperación de la democracia, los rebeldes y sus textos han marcado el desarrollo del género. Esto me parece natural pues, aunque la crónica no tiene los rigores de un texto académico de historia o sociología, tampoco es ficción, son retazos serios y más o menos profundos que dan cuenta de personas y hechos que tenemos en nuestra memoria colectiva, con relevancia en su actualidad; es decir, por lejana que sea la referencia, de viajes o temas misceláneos, tiene que haber un enganche, un soporte ético, en la realidad social.

En el caso de los textos de Fernando Aravena Torres, estamos frente a reflexiones serias, profundas, acerca de héroes y hechos intensamente humanos, historias que debían ser contadas. Que, en este caso, nos muestran que no fue suficiente la recuperación democrática, que la dictadura en Chile dejó un modelo de abuso y marginación del que aún debemos dar cuenta.

Por cierto, este trabajo contiene buenísimos cuentos breves que tienen como trasfondo los mismos hilos conductores de todos los textos. El cuento breve es un sub género muy difícil y el lector disfrutara el buen oficio del que da cuenta Fernando.

El libro se divide en dos partes. Primero, “Relatos y poesías” y, después, “Del amor, poesías”. Fernando aquí juega con el lector, porque en ambas partes hay crónicas, cuentos breves y poesías, y en ambas se habla de amor de pareja. Claro, en la segunda parte, en los poemas de amor, hay una preocupación especial por las formas poéticas para así dar más realce al afán amoroso. Pero el autor sabe de la fragilidad de las fronteras de los géneros literarios desde el siglo veinte, y juega con ello para recordarnos que el hilo conductor es la realidad social, incluso de ese mismo amor al que escribe.

Después de relatarnos la noche tras la gran marcha contra el abuso, de octubre de 2019, viene un cuento breve o la crónica del desalojo de un par de vagabundos de una plaza; los “vestidos de derrotados”, como los llamaba Neruda, aquellos que son sacados de la vista comunitaria. Fernando los muestra y humaniza, nos acerca a su olor, vinculándolo a la marginalidad no sólo de los vagabundos. Resulta evidente que también puede ser leído como poema, en la tradición realista de Whitman y sus herederos latinoamericanos desde fines del siglo diecinueve.

El libro está lleno de detalles que nos dan cuenta del mundo que ha rodeado a Fernando. Hay un contrapunto de textos referidos a vivencias de infancia, el entorno barrial en distintas etapas de vida, la reacción social frente al abuso y, por cierto, el amor que hace vivible la vida.

Me detengo en algunos particularmente significativos.

En “Protesta” un joven que se queda sólo, a los pies de la estatua al General Baquedano en la plaza de la Dignidad, le grita a la Policía: “Luciano se lleva las manos a su boca haciéndolas de bocina y gritó “¡El violador eres tú!”, emocionándose hasta los huesos”. Identificándose así con la letra de la acción de Arte del grupo Las tesis. Su preocupación por el impacto de las jornadas de octubre de 2019, recorren también el libro. En la segunda parte, en el poema “Estamos todos coludidos” nos dice: “en puertas y ventanas sin salida/ estamos todos coludidos/ y preparamos una marcha para abandonar la desidia”; y, en “Dignidad”, agrega: “escuchen el clamor del pueblo/ “DIGNIDAD” que sea eco del cielo/ el neoliberalismo ha muerto/ es tiempo de enterrarlo a escupitajos”.

En “Uno cero” comienzan los relatos de la infancia abusada, sin posibilidad de vivirse como niños: “de inmediato agarré mi trompo y fui en busca de mi padre que otra vez venía borracho”. Los niños están en los bordes de la vida, son las grandes víctimas de la pobreza y la marginalidad. Desde aquí hasta el final del libro. En la segunda parte, en un poema llamado “Confesiones”, nos dice: “cuántas veces debo contarle al mundo que eres/ mi padre alcohólico/ y que seguramente hoy, que ganó Chile, / estas celebrando y estás borracho”. Pero siempre, en el origen, está el abuso. En “Apatía” nos resume la tragedia: “sin fe se quedaron miles de niños que viven del miedo impuesto en las poblaciones, mientras los poderosos y los políticos se coluden y roban con descaro a vista y paciencia de aquellos que a duras penas tienen vida”.

El entorno, con sus códigos de marginalidad, es otra línea de continuidad. Son muchos los textos en que se los alude con mayor o menor rudeza. Es interesante como se requiere solidaridad, cooperación y/o confianza para enfrentar con éxito este tipo de mundos. En “Domingo de feria”, nos presenta un fresco de feria popular chilena de hoy: “Un aroma a empanadas fritas vendidas por un haitiano se cruzaba por nuestras narices. / Nos invitaban a probar pedazos de naranjas en un plato sucio. Un vendedor de cigarros hacía taco en medio de la calle. Una mujer se abría camino con un carro lleno de cervezas; atrás venía otro carrito de supermercado con productos colombianos”. No hay una lamentación o queja, sólo asumir que ha llegado gente nueva al vecindario, que quiere, merece y debe tener un espacio.

Como decía el teólogo de la liberación, Gustavo Gutiérrez, “…la pobreza no es un destino, es una condición; no es un infortunio, es una injusticia”. La pobreza tiene causas que el autor identifica con claridad, pero no renuncia a dar cuenta de sus secuelas, y nos entrega textos sobre el abuso, el aborto, la violación, el tráfico de drogas, el hambre, el robo y la delincuencia. En “Quebrantada”: “Sofía tiene ocho años y no sabe cómo podría contar esto a sus padres”. Invito al lector a leer con atención “Cosas del Paraíso”.

Con Fernando Aravena nos conocimos hace cuatro décadas, cuando ambos estudiábamos Literatura Latinoamericana en la Universidad de Chile, en medio de la dictadura. Por eso no me extrañó el que otra línea de continuidad fuesen los textos mismos, como objeto de reflexión. Las letras y los libros persiguen a los personajes como persiguieron al autor durante toda su vida. En “Letras”, dice: “me miré al espejo y vi cómo me estoy cubriendo de letras. Tengo algunas en el empeine del pie que tienden a molestarme cuando me pongo los calcetines”. En “Brotes”, agrega: “Por la noche, mientras dormimos se pueden sentir los aromas de las letras y cómo revientan los brotes de algunos libros de poesía”.

Hace casi treinta años que hago crítica de libros en periódicos y reseñas para revistas y libros. Pero esta es diferente. Esta es la presentación no de un libro, sino del mismo Fernando Aravena. Entrego entonces unas líneas orientadoras para mejor disfrutar este buen trabajo, de un autor que nos entrega la autenticidad de un escritor dedicado a su pueblo y su gente. Aclaro: no es su autobiografía. Es la coronación de un objetivo de vida: narrar la vida de su gente.

Gonzalo Rovira Soto

Santiago, julio de 2021.


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